jueves, 24 de abril de 2014

Tiempos oscuros para el musical.

Llevaba ya un tiempo queriendo hincar el diente a esta película por motivos diversos. El primero, y más importante, porque estaba deseoso de admirar la puesta de largo de Jerome Sable y Eli Batalion, que allá por el 2010 me dejaron estupefacto con una pildorita musical llevada al extremo llamada The Legend of Beaver Dam, que con sólo 12 minutos de duración consiguió levantar a la platea del Cinema Retiro de Sitges en una alocada coral de aplausos, risas y aullidos frenéticos.















El segundo motivo fue su título, con que los americanos bautizaron a la obra magna de Michele Soavi Aquarius (aka Deliria, Bloody Bird),así que raudo mi cerebro unió conceptos con la vaga esperanza de que fuese una suerte de remake de esos que ahora se llevan tanto.

Para mi desgracia -y la de los blogrregos que hayan pensado como yo- Stage Fright no es ni lo uno, ni lo otro. Aún así, el film mezcla la simpatía de aquel primer corto -bastante más edulcorado, todo sea dicho- con montones de pequeños guiños al terror italiano de los 80 y primeros 90, dejando claro que Sable & Batalion se consideran devoradores absolutos de un estilo y movimiento cinematográfico que, a día de hoy, es todo un fenómeno de culto entre los aficionados al género. Es por eso que a pesar de la decepción primera, contemplar descarados homenajes a Terror en la Opera, Rojo Oscuro, e incluso la propia Aquarius, hacen que el ritmo del film se mantenga, e incluso se haga corto habida cuenta que más de la mitad de su metraje -no olvidemos que se trata de un musical- es canturreado.

Se impone sin embargo, a mi entender, una advertencia antes de su visionado: no la considero demasiado apta para los devotos del género musical, ni para esos fervorosos asiduos del Broadway moderno. Puede que en ese sentido Stage Fright escueza un poquito, como las rozaduras en los codos. El motivo es sencillo, y como ya se adivinaba en aquel maravilloso Beaver Dam, aquí se ríen de Dios y de su madre. Se ríen de los musicales, de su parafernalia, de la extraña adicción que crea en su legión de admiradores... Joder, se ríen hasta del género de terror en sí mismo. Pero de una manera tan sutil que cae simpática. Y lo mejor de todo radica en que incluso los propios actores hacen escarnio de ellos mismos -impagable la escena inicial, con una deliciosa Minnie Driver autoparodiando su rol de Carlotta en The Phantom of the Opera de Lloyd Webber- llegando a rebasar con holgura la fina línea de la sobre actuación más descacharrante -Meat Loaf está que se sale- y tomando conciencia de que todo lo que vemos no es otra cosa que un buen rato entre amigos.
















Por último, pues no soy muy amigo de extenderme y meter paja, quiero recalcar la actuación de Allie McDonald, bordando un personaje que parece hecho a su medida. La belleza de sus terribles ojos azules juega con una irresistible mezcla de ternura y fragilidad que llena por completo la pantalla, y no le abandona ni siquiera en las violentas escenas finales. Después de disfrutarla en pequeños papeles -House at the End of the Street, The Barrens- y por supuesto en Stage Fright, mi recomendación es seguirla muy de cerca, pues pinta ser de esas actrices que pueden dar una grata sorpresa cuando menos lo esperemos. There's no business like Show Business...


1 comentario:

  1. Había olvidado totalmente de la existencia de esta película, creo que le echaré un vistazo. La mezcla promete.

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